Comunicados

La inflación, el INDEC y el FMI

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Está claro que las causas de la inflación no deben ser buscadas en el gasto público ni en la emisión monetaria, sino en la puja distributiva entre los trabajadores y distintas facciones del capital. Para consolidar la democracia en nuestro país, es hora de que las discusiones en torno a la medición de la inflación dejen atrás las críticas destructivas y se encare un debate público en torno a la definición de la problemática y la medición del fenómeno.

 

A fines de enero, la visita del Fondo Monetario Internacional (FMI) a la Argentina tendrá como uno de sus objetivos principales el análisis de las estadísticas oficiales de inflación.

El debate sobre las causas de la inflación ha sido un tema recurrente en la arena mediática argentina, por lo que no hace falta aportar mucho sobre ello. Simplemente mencionar las diferentes hipótesis que se barajan sobre las causas de la inflación: déficit fiscal y emisión monetaria, déficit en la balanza comercial, elevada concentración de la oferta y la puja distributiva. En una Argentina sin déficit fiscal y sin déficit en la balanza comercial, está claro que las causas de la inflación no deben ser buscadas en el gasto público ni en la emisión monetaria, sino en la puja distributiva entre los trabajadores y distintas facciones del capital (financiero, internacional, industrial y más relegado, las PyMEs nacionales). 

Sin embargo, más allá de sus causas, existe otro problema relacionado con la inflación, también sumamente mediatizado en la Argentina contemporánea: su medición.

Las críticas a las mediciones oficiales del INDEC, las discrepancias entre los datos para Capital y Gran Buenos Aires y los de las provincias junto con la aparición de algunos indicadores de consultoras privadas han dado lugar a que hoy se esté  discutiendo la injerencia del Fondo Monetario Internacional como garante de una metodología determinada que refleje el “verdadero índice”.

 

El problema argentino de la medición de la inflación, que es tal debido a las discrepancias existentes en relación con los datos, no está exento de la contextualización histórico-espacial. La Argentina del 2012 no es una excepción. Un ejemplo ilustrativo: En 1995, el senado de los Estados Unidos creó lo que después se llamaría “La comisión Boskin”, encargada de analizar si la metodología abordada para medir el índice de precios al consumidor era la indicada. La comisión sostuvo que la inflación medida no era la correcta, que se había sobreestimado el índice y que en realidad la inflación era menor de lo que se decía, echando luz a una serie de problemas relacionados con la epistemología o la metodología de la ciencia económica.

¿Cuál es el índice correcto? ¿Cuál es la metodología correcta? ¿Cuál es el concepto correcto de “costo de vida”? ¿Qué debería entrar en una canasta básica? Estas preguntas no deberían ser dejadas para que los técnicos del FMI las respondan. Son preguntas que atañen a qué concepción del mundo tiene cada ciudadano. Deberían tratarse de igual manera que otras preguntas que tienen que ver con los propósitos a los que aspira la sociedad en cuestión: ¿Debería haber pena capital?, ¿Deberíamos permitir fumar en los bares?, ¿Qué hacemos con las drogas recreativas?, ¿Deberíamos permitir investigaciones con células madre? 

El conjunto de la ciudadanía debe responder dichas preguntas. En esto consiste la verdadera democracia. Cuál es el concepto correcto de “costo de vida” o qué debería entrar en una canasta básica son discusiones ético-políticas, y no simplemente discusiones acerca de cómo utilizar determinada herramienta estadístico-econométrica. 

 

El FMI bien puede asesorar a los gobiernos acerca de cómo utilizar determinada herramienta estadístico-econométrica. Supongamos, por mor del argumento, que los técnicos del Fondo Monetario sepan más que nuestros investigadores del CONICET y de las Universidades Nacionales, por mencionar a los más destacados. Supongamos, también que tengan buenas intenciones. Bienvenidos sean si quieren colaborar, entonces. Pero tengamos en claro que en definitiva la decisión es política, que nosotros como ciudadanos somos los únicos que podemos decidir qué es el “costo de la vida”, qué bienes son reemplazables por otros, qué significa que un bien sea más funcional que otro, etc.

La peor colonización es la que se hace en nombre de un ideal más elevado. No es menos colonizadora, entonces, la propuesta de que técnicos foráneos pretendan decir cómo tenemos que vivir y en qué tenemos que creer, basándose en una supuesta neutralidad valorativa de una supuesta ciencia exacta y linealmente progresiva.

Para consolidar la democracia en nuestro país, es hora de que las discusiones en torno a la medición de la inflación dejen atrás las críticas destructivas y se encare un debate público, con participación de las distintas esferas de la sociedad civil, en torno a la definición de la problemática y su medición.

 

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