Análisis y Desarrollo Político

Policías de “locos”

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Los hechos de violencia en el hospital Borda de la ciudad de Buenos Aires tuvieron como triste protagonista a la Policía Metropolitana. La fuerza, creada al amparo de la Constitución porteña que prevé la administración de la seguridad en el distrito con una policía propia, avanzó con palos, gases y balas de gomas sobre los manifestantes, e incluso contra la prensa.

 

Dicha represión policial traspasó todos los límites lógicos del accionar de una fuerza de seguridad democrática y nos enrostra nuevamente la cruda realidad de las policías argentinas, mucho más allá del accionar de la Metropolitana. Con 30 años de democracia en nuestro haber, los argentinos seguimos cargando con el drama de contar con fuerzas del orden más preocupadas por reproducir prácticas represivas que por velar por la seguridad de la población.

Los hechos que protagonizó la Metropolitana no son exclusividad de la misma: ya la Policía Federal fue copartícipe junto a ella de los sucesos dramáticos del Parque Indoamericano, mientras se siguen reproduciendo los casos de policías represivas en el resto del país.

¿Por qué con tres décadas de vida institucional normalizada, la sociedad argentina sigue teniendo fuerzas de seguridad más cerca de dictaduras que de democracias?

Las responsabilidades, sin dudas, pasan por la política, aunque no se detienen en ella. Una primera conclusión es que la dirigencia política en general, hasta ahora, no supo y no quiso darse fuerzas de seguridad democráticas. Los cambios hechos en la formación en la Policía Federal, las sucesivas reformulaciones dentro de la Bonaerense, además de la creación de una nueva fuerza como la Policía de Seguridad Aeroportuara, constituyen hechos aislados en un contexto nacional de ausencia de una auténtica política de seguridad, creada y orientada desde la política con articulación de los gobiernos provinciales junto con el nacional.

Ante esta ausencia, vemos recurrentemente cómo las fuerzas de seguridad continúan gozando de un autogobierno que las encierra en sus lógicas marciales, oscuras y represivas. Si gracias al kirchnerismo la política pudo meter toda su energía para democratizar a las Fuerzas Armadas (con más y con menos) cabe preguntarse por qué no se pudo avanzar en el mismo sentido con las fuerzas de seguridad. Lógicamente, esta pregunta también debe ser trasladada a los gobiernos provinciales, quienes vienen mirando para otro lado cuando se los interroga sobre periódicos desbordes represivos de sus fuerzas policiales.

Este desmadre policial y una dirigencia política lejos de tener autoridad para domarlas, dan contexto, sin dudas, a los recientes hechos tristemente protagonizados por la Metropolitana en el Hospital Borda. La paradoja es que una nueva fuerza de seguridad reproduce viejas prácticas reñidas de la democracia. Pero la razón de este aparente sinsentido es, entre otras, la composición de los mandos superiores de dicha fuerza porteña, integrados en su gran mayoría por ex integrantes de fuerzas de seguridad fraguadas al calor de la pólvora y la muerte de la última dictadura. Hacer una nueva policía con viejos componentes, no hará de dicha fuerza un proyecto de seguridad democrática.

Finalmente, y por fuera de los hechos recientes, cabe preguntarse sobre cómo hacer para que nuestras policías se aggiornen a estos tiempos. Si dudas, el brazo firme de la política podría lograr dicha transformación. Sin embargo, como sucede con los violentos en el fútbol, la dirigencia no podrá alcanzar ningún objetivo noble de democratización de las fuerzas de seguridad en tanto las mismas sigan siendo funcionales a sus más profundos objetivos políticos.

Dicha connivencia no será fácil de desarmar y sólo se alcanzará el objetivo cuando el convencimiento democrático parta de la propia política. Por lo menos, en la ciudad de Buenos Aires, esa vocación de cambio sigue siendo una deuda pendiente. Con 30 años de democracia, seguimos teniendo a policías integradas por “locos” que siguen reprimiendo a ciudadanos cuerdos.

Diego Corbalan
Analista Cecreda

 

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