Un atento ejercicio de observación sobre el trabajo de los corresponsales en un país dice mucho sobre la construcción de su imagen en el exterior. El análisis de los grandes medios en Brasil, quienes reproducen sin mediaciones ni contextualización las notas de los medios poderosos en Argentina, es suficiente para desmontar el rompecabezas de la construcción de una imagen negativa del país desde su principal vecino.
Un atento ejercicio de observación sobre el trabajo de los corresponsales en un país dice mucho sobre la construcción de su imagen en el exterior. En 2004, el gobierno brasileño pidió la cancelación de la visa temporaria del corresponsal Larry Rohter, del The New York Times, que habló del “gusto” del entonces presidente Lula por la bebida, en un texto que claramente lo insinuaba como un alcohólico. El gobierno llamó de “mentirosa y ofensiva” la nota de Rohter y justificó el pedido por los daños causados a la imagen de Brasil en el exterior con su divulgación en uno de los principales medios del mundo. Ni hace falta decir que el presidente brasileño fue acusado de atentar contra la libertad de prensa, pero ese es otro tema. El trabajo de un corresponsal está formado por una compleja y sutil ecuación que involucra su metodología para buscar, chequear y divulgar las informaciones, el modo en que transmite los filtros y las intenciones editoriales determinadas por su medio, además de su respectiva subjetividad.
Un análisis más atento y plural sobre las notas divulgadas sobre Argentina en Brasil, en donde no hay pluralidad de opiniones políticas entre ninguno de los medios más grandes de comunicación, es suficiente para aclarar y montar el rompecabezas de la construcción de una imagen negativa del país sobre su principal vecino. Sin embargo, la “dictadura K”, “las amenazas a las libertades individuales y de expresión” y otras ideas del mismo tono de pronto se convierten en mitos con una lectura plural de la prensa argentina, lo que para nada elimina otras críticas sobre equívocos que pueda tener el gobierno argentino.
En Brasil, el discurso periodístico es homogéneo y alineado con la visión editorial compartida por los grupos más importantes del país – Globo, Folha, Estadão y Abril-. Rivales comerciales, pero políticamente afines. Es decir, contrarios a los gobiernos progresistas y/o izquierdistas que hace cerca de una década empiezan a dar uno nuevo rumbo a la América del Sur, tras siglos de equívocos y explotaciones en diversos niveles que produjeron una herencia que seguramente tardará algunas décadas, para dar espacio a una sociedad quizás más justa e igualitaria.
Ecos del absurdo
Ejemplos de falta de información y de predeterminadas intenciones confornan la base política sobre la que se asientan las notas. Un texto que para criticar a Aerolíneas Argentinas tiene como título “¿Aerocuba?” ya parece no comenzar con buen pie. Suena como una síntesis pobre de elaboración para una comparación pobre de sentido. La periodista Sylvia Colombo, de Folha de São Paulo, relata un viaje de dos horas en el que extrañó una serie de HBO o una película nominada al Oscar, para entretenerse. Dice que el “discurso K” está en todos lados y da como ejemplo la serie “Huellas del siglo”, producida por la TV Pública que, pese a una mirada histórica identificada con la manera como el gobierno interpreta los principales hechos del siglo XX, hace, por lo mínimo, un relato completo basado en las valiosas imágenes de archivo que utiliza. También incluye en el “discurso K” un programa como el de Diego Capusotto, con sus variados sketches que están mucho más allá de cualquier rótulo político, aunque también sean emitidos por la TV Pública. En la nota aún hay espacio para la indignación sobre un país “cerrado para importaciones”, en donde hay escasez de productos como chocolates (?), cosméticos (?), ropa de marca (?), pañales(?), neumáticos (?) y medicinas(?).
En otra nota, Sylvia celebró la vuelta de Periodismo Para Todos tras “cuatro largos meses de vacío” en un ambiente periodístico “apático y poco conflictivo” que no pareció haber debatido con la pasión y agresividad (en demasía, muchas veces) que lo caracteriza, especialmente sobre hechos importantes que sucedieron durante las vacaciones del programa, como la muerte de Chávez y la elección del Papa Francisco. En este caso, Sylvia ignora a funcionarios del gobierno y opositores por igual, como si, además de Lanata, ningún analista o periodista pudiera hacer un trabajo consistente y crítico en el país.
Por su parte, la corresponsal de Globo, el grupo de comunicación más grande de Brasil, toma como principal referencia el periodismo hecho en medios como Clarín y La Nación, como lo hace Sylvia. En realidad, las notas de ambos diarios conforman la base ideológica y de contenido, muchas de ellas escritas por Janaina Figueiredo. Así, Cristina vive “un infierno en año electoral” porque lo demuestran los números de una encuesta de la consultora Management & Fit, divulgados en… Clarín, días antes. Lo mismo vale para el alto valor del dólar, que “paraliza los negocios en la Argentina”. Análisis basado en hechos que no se pueden ignorar, pero que, para legitimarse, usa de nuevo la opinión de la columna del economista Martín Tetaz publicada en… Clarín. En un país en donde la prensa está claramente dividida entre opositores y afines al Gobierno, donde en ambos lados ocultan y exageran hechos positivos y negativos de las partes que apoyan y critican, es casi elemental y obligatoria la mirada hacia ambos costados, no solo para mantener el compromiso con el lector sobre una realidad múltiple, sino para explicarle desde qué lugar habla cada voz reproducida en las notas publicadas en el exterior. En los medios de Brasil, Página 12 y Tiempo Argentino no existen. Las variadas voces de la radio y de las revistas argentinas tampoco.
En la oficina, leyendo el diario y mirando la televisión
El uso de fuentes periodísticas provenientes de sólo una de las caras ideológicas descriptas de una prensa tan polarizada, evidencia también otro sorprendente costado del trabajo de los corresponsales: cómo el modo de producción de contenido impacta en la calidad de las notas. Eso porque, muchos reportajes, además de expresar las opiniones de los medios dominantes, llegan a reproducir casi textualmente sus discursos. La nota publicada el día 8 de mayo de 2013 por Ariel Palacios, del diario O Estado de São Paulo, abre con la frase: “’Autoritaria’, ‘populista’ y ‘personalista’ son las palabras más utilizadas por los argentinos para definir la personalidad y el estilo de gobierno de la presidente Cristina Kirchner”. Sobre la misma encuesta, dice La Nación en el día anterior: “Autoritario, populista y personalista. Esos adjetivos utilizaron las personas consultadas en una encuesta que realizó el Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano para calificar el tipo de liderazgo que está ejerciendo en su cargo la presidenta Cristina Kirchner”. El grado de similitud traduce el discurso de Estadão. Además de eso, el resto del texto de Palacios muestra que no hubo intención de contextualizar la encuesta más allá de lo que ya había expresado La Nación en su propia nota.
Un problema aún más grave merece atención: esa práctica también existe en las oficinas de importantes agencias de noticias, responsables por vender su material a miles de medios periodísticos que de ellas se alimentan en todo el mundo. Muchos corresponsales prefieren la comodidad de leer en las oficinas los principales diarios y revistas y mirar los noticieros televisivos a hacer entrevistas por teléfono o ir a las calles a investigar y buscar buenas historias. Al fin y al cabo, esa práctica exporta y multiplica la interpretación de la realidad desde el punto de vista de los grupos de comunicación dominantes.
En 2010, la entonces presidenta de la Asociación Nacional de Diarios de Brasil, Judith Brito, admitió que los medios ejercen “de hecho, la oposición en el país, ya que la oposición partidaria está profundamente débil”. Judith ya era también ejecutiva de Folha de São Paulo y lo dijo, lógicamente, en un marco de discusión sobre lo que los grandes grupos identifican como amenazas a la libertad de prensa en Brasil, país que aún no pudo aprobar (casi no la discutió, en realidad) una nueva ley de regulación de medios. La escasez de voces disidentes en la prensa brasileña, pretende ocultar el pluralismo de la política que existe en su propio país.