En la última década, el número de inscriptos a carreras relacionadas con la Criminalística (disciplina que aúna conocimientos y técnicas científicas en pos del análisis de material sensible a ser relacionado con un hecho -delictivo o no-, esclarecer la mecánica del mismo e individualizar a las partes involucradas), ha aumentado notablemente. Tanto civiles como miembros de las distintas fuerzas (Policía, Gendarmería, Prefectura), pueden aplicar para tal ejercicio profesional, si bien estos últimos son más renombrados.
Se atribuye tal fenómeno al llamado CSI effect[1] o “efecto CSI”, que pondría la causa en las múltiples películas, series y novelas que en los últimos años han poblado la televisión y las vidas de las personas. En estos programas, se muestra a los peritos como modelos con bata blanca, guantes de látex y luz ultravioleta, capaces de detectar un rastro dactiloscópico en una fotografía digital, hacer zoom, aumentar la resolución, arribar a una conclusión categórica en menos de cuarenta y ocho horas.
Con tal historia de superhéroes como base, es natural y esperable que el público y, algunas veces, también los letrados, tengan expectativas inalcanzables para la resolución de los crímenes locales e, incluso, que tenga una falsa ilusión de que en otros países las fuerzas del orden y los cuerpos de peritos son mucho más eficientes y profesionales que aquellos puertas adentro, acusados de ineficacia y desgano.
También está la influencia de los medios, poblados por periodistas que, sin verdadera instrucción científica, hacen creer que son capaces de crear perfiles criminales mucho más acertados y a mayor velocidad que los criminólogos, psiquiatras y psicólogos cuyo alcance profesional y conocimiento -en verdad- les permite argumentar tales hipótesis y cuyo rol les corresponde en las ciencias forenses.
Hay que quitarse la venda hollywoodense de los ojos y conocer algunas verdades: actualmente, los softwares de identificación de rostro no son infalibles, sino que arrojan resultados que coinciden con algoritmos almacenados en su base de datos; lo mismo ocurre con las bases de datos de rastros dactiloscópicos: un software puede reducir las fichas a analizar, pero es el perito quien hace el trabajo de comparar cada rastro conocido con el que se desea identificar; los cuerpos de peritos están conformados por humanos, es cierto, pero en el ejercicio de su profesión son científicos y técnicos que cumplen su rol de manera objetiva y aplicando métodos con respaldo de la Comunidad Científica; los análisis de ADN (tan resonantes), son excesivamente caros y más complicados de lo que se ha hecho creer, pueden tomar semanas o meses dependiendo de la complejidad del caso y, lo más notorio, no permiten una identificación categórica positiva; ayudan, sí y -junto con otra evidencia- sirven como prueba, pero ningún caso se construyó y resolvió teniendo como sola base un análisis de ADN.
Con la vista más clara, podemos comprender por qué no es tan sencillo estar del lado de las ciencias forenses. Sin embargo, no todas son noticias negativas. Argentina resalta históricamente en este conjunto de disciplinas, siendo el ejemplo más notable el de Juan Vucetich, el policía bonaerense (nacido en el Imperio Austro-Húngaro y nacionalizado argentino) que desarrolló el sistema dactiloscópico (originalmente llamado “icnofalangometría”[2]), el primero en el mundo en utilizar un sistema decadactilar.
Argentina se colocó entonces a la vanguardia de la identificación humana, adosando los calcos de huellas papilares a las cédulas de identidad[3], práctica que se sostiene hasta hoy con todo documento que certifique identidad. Por el contrario, países como Estados Unidos y otros que responden al Derecho Anglosajón, no son adeptos a tal práctica, muchas veces complicando la identificación humana en caso de personas extraviadas, cambios de identidad, delitos en general y el reconocimiento de cuerpos tras poco tiempo de fallecidos.
Volviendo a la actividad de los peritos nacionales, es dable afirmar que la demanda del trabajo es, muchas veces, mayor que las manos disponibles para hacerlo. La tecnología ayuda, es cierto, pero todo debe ser revisado por el técnico, además de concluir la labor con un informe que se agregará al expediente de la causa en cuestión, y en base al cual –entre otras cuestiones- el juez arribará a un fallo. Todo eso lleva tiempo, los procesos son largos y lo son aún más en casos resonantes, ya que cualquier traspié puede derivar en la remoción del cargo, anulación de la matrícula profesional o -en casos más graves- encarcelamiento, tal como a cualquier profesional al que se acuse de mala praxis.
Cabe destacar que estos profesionales y estudiantes suelen contar con tecnología limitada: el polvo para rastros no cae del cielo; los cromatógrafos son instrumentos costosísimos y rara vez un alumno podrá contar con uno en su universidad (mucho menos usarlo); hay libros que son demasiado antiguos, escasos, caros o se hallan sólo en otros idiomas, limitando su alcance; las prácticas tienden a ser acotadas, tanto en calidad como en cantidad, y, si alguien sabe de pasantías, que tenga la gentileza de hacérmelo saber.
Como peritos de parte, se aporta como monotributista, es decir, se cobra por trabajo concluido (y, como cualquier perito en ejercicio dirá, cobrar es mucho más complejo que hacer el informe). Como miembro de un cuerpo de peritos, se vive de un salario, se cumple un horario y se debe estar a la altura de las expectativas, ya que es a donde irá el mayor volumen de peritajes para ser respondidos.
A lo largo y ancho del territorio hay universidades y centros de estudios que, no sólo se limitan a la Criminalística y sus ciencias específicas (Documentología, Papiloscopía, Balística y Accidentología), sino que también ofrecen especializaciones y cursos para químicos, bioquímicos, criminólogos, antropólogos, psicólogos, médicos, foniatras y demás profesionales que, por el alcance de su estudio, pueden servir como ayudantes de la Justicia. También hay seminarios multidisciplinarios que permiten reunir personas y conocimientos diversos, a fin de mantener las técnicas actualizadas, ya que se trata (como toda ciencia) de un estudio que jamás termina.
Nuestro país cuenta, entonces, con decenas de instituciones que ofrecen instrucción en las diversas ciencias forenses (tanto para civiles como para miembros de las fuerzas), también cursos de capacitación y especialización, con científicos entrenados para la labor, muchas veces nadando en contra de la corriente del tiempo, del presupuesto limitado, de la exigencia de autoridades, superiores, abogados, jueces, empleadores… Tenemos una sólida base sobre la que construir, tenemos historia, presente y futuro, considero que en este caso (como en muchos otros) la carencia es sólo económica.
Nadie se hizo perito por dinero. Raros y más raros son aquellos que viven con extrema holgura, generalmente son los que han logrado renombre, contactos y, por tanto, cierta jerarquía en el ámbito. Los peritos son, ante todo, hombres y mujeres de ciencia y la mayoría, como en todas las sociedades, son profesionales que cumplen y aman su labor, que buscan que, parafraseando los cierres de los informes, “sea Justicia”.
Stephanie Catania
Analista de CECREDA
- http://papers.ssrn.com/sol3/papers.cfm?abstract_id=967706
- “Ikhnos” significa “huella, trazado”; “phalanks” refiere a los huesos que componen los dedos de las manos y los pies; “-metría” es un sufijo que implica mensura o toma de medidas. Por tanto, “icnofalangometría” sería la mensura de las cualidades de las huellas de los dedos.
- Alegretti, J. y Brandimarti de Pini, N. (2007). Tratado de papiloscopía. Buenos Aires: Ediciones La Rocca.