En los últimos meses, el denominado Impuesto a las Ganancias ha sido un punto central en la agenda mediática y política del país. La CGT conducida por Hugo Moyano y la CTA de Pablo Micheli, han realizado paros y manifestaciones rechazando la aplicación. Sin embargo, en el discurso mediático y político, se suelen omitir dos consideraciones: que este tributo es el que apunta a una mayor redistribución en el sistema tributario argentino y que la realidad actual permite discusiones que hace pocos años eran impensables.
Desde hace tiempo que se habla del impuesto a las ganancias. Algunos sectores piden su eliminación para quienes trabajan en relación de dependencia. Pero ¿qué es el impuesto a las ganancias? Es un impuesto que grava a los altos ingresos y es uno de los denominados impuestos “progresivos”, bajo la idea que de este modo el Estado puede redistribuir ese ingreso entre la población menos favorecida. Esta redistribución se puede realizar mediante una retribución directa (subsidios monetarios por ejemplo, como la Asignación Universal por Hijo), obras públicas (alumbrado, calles, escuelas, hospitales) o cualquier acción estatal que beneficie a estos sectores.
Es una verdad obvia que el Estado necesita ingresos para actuar en forma eficiente. Si estos ingresos se obtienen de quienes más pueden afrontarlos, se puede hablar de un impuesto progresivo. Por otro lado, el efecto redistributivo también beneficia al conjunto de la economía ya que, quienes cuentan con menores ingresos, tiene más posibilidades de utilizar ese dinero en forma productiva, es decir, orientado al consumo. El Estado puede redistribuir lo recaudado en forma de trabajo o el consumo de sectores de bajos recursos.
La contrapartida la representan los impuestos denominados “regresivos”. Estos no discriminan entre nivel de ingresos o riqueza. Ello provoca que, en términos reales, impacten más en los sectores de menores ingresos. El ejemplo más paradigmático es el impuesto al Valor Agregado o IVA. Este es un impuesto al consumo.
Los sectores que piden la limitación o llana eliminación del Impuesto a las Ganancias utilizan slogan como la frase “el salario no es ganancia” o lo denominan “impuesto al trabajo”. Esta afirmación es errónea. No se trata de un impuesto al salario, sino a los altos ingresos. Incluso algunos países lo denominan de esa forma. Si el problema es la palabra “ganancia”, entonces la discusión se reduce a una cuestión semántica. Por otro lado Argentina siempre se ha caracterizado por el alto porcentaje de población económicamente activa (PEA) que se encuentra bajo relación de dependencia, y una baja cantidad de independientes. En la actualidad se encuentra en esa situación el 75% de la población. Poco racional es pretender cobrar el impuesto solamente al 25% restante. Irracional e injusto, porque dentro de los que se encuentran en relación de dependencia se puede ubicar a directivos o gerentes de grandes empresas y entre los que no lo son, al dueño de un kiosco de alguna zona pobre del conurbano, por poner dos ejemplos extremos. Entre ellos, toda una gradación.
No hay duda de que es tema de discusión el mínimo imponible a partir del cual se aplica el impuesto. Lo que no parece para nada correcto es la idea de que ningún trabajador en relación de dependencia lo debería pagar.
Un tema en la agenda pública
Además del obvio impacto de la inflación en los salarios, y de intencionalidades políticas, hay otro tema importante a destacar. Desde 2003 en adelante se produjo un importante incremento en los salarios reales de los trabajadores. El Banco Mundial presentó un informe que destaca la duplicación de la clase media entre el 2003 y el 2009. Argentina es el país de la región donde se observó el mayor crecimiento. Nadie en su sano juicio puede acusar a este Organismo de “Kirchnerista”. Aunque parezca ridículo, una acusación por el estilo emitió el diario La Nación cuando se hizo eco del informe mencionado. El matutino deslizó que los resultados presentados estaban influidos por el hecho de que Argentina “era uno de los dueños del Banco Mundial”, situación dada por el simple hecho de pertenecer a la ONU, de quien depende el Banco. Con el mismo argumento se podría decir que Argentina es dueña del FMI o del Ciadi. Como prueba de la acusación exponían que el hecho de que el período de análisis empezara en 2003, cuando empezaba el gobierno kirchnerista. De nada sirvieron los argumentos técnicos esgrimidos; La Nación siguió convencida del complot.
Volviendo al informe, y más allá de definiciones sociológicas y antropológicas siempre relevantes, caracteriza a la clase media de acuerdo al nivel de ingresos. Esta decisión parece la más acertada, ya que lo que define la vida de las personas es la capacidad de satisfacer sus necesidades, y el ingreso es el factor determinante en esta ecuación. Buena parte de esta nueva clase media corresponde ya no a profesionales independientes, sino más bien a trabajadores que han negociado favorables convenios colectivos. Hace poco más de diez años el tema de discusión casi excluyente era la desocupación. En la Argentina actual se puede abrir el debate a temas como el que nos ocupa, lo que demuestra lo diferente que es la situación a la vivida no hace tanto tiempo.
¿A quiénes afecta el Impuesto a las ganancias?
Para graficar el impacto del impuesto analizaremos algunos ejemplos. Si bien la presidenta anunció un incremento del 25% del mínimo no imponible, se utilizará el del año pasado, ya que no hay datos estadísticos frescos para comparar, y por otro lado, todavía nos encontramos en período de paritarias. En principio, de acuerdo a los datos de la encuesta permanente de hogares correspondientes al último trimestre del 2012, menos del 20% de la población aplicaría para el impuesto. Y esto teniendo en cuenta la imposible hipótesis de que todos sean solteros, ya que para los casados con hijos a cargo, el mínimo es más alto. Incluso para los solteros que pagan el tributo y ganan menos de $9.000, la alícuota es solamente del 2,9%. Debe tenerse en cuenta que se trata del ingreso de cada integrante del hogar. Es decir, si en un matrimonio cada uno gana $7000, no aplicaría el impuesto para ninguno de ellos. Si se toma en cuenta que, por ejemplo en Dinamarca, país que usualmente es colocado de ejemplo en cuanto al rol del Estado, el impuesto a las ganancias llega al 24% del PBI y en Argentina, alrededor del 0,9%, podremos entender mejor de lo que hablamos.
No es necesario remarcar que a quienes llevan adelante el reclamo, les asiste el derecho a defender lo que consideran sus intereses. Lo que resulta extraño es que algunos sectores que enarbolan la defensa de los sectores más vulnerables de la Sociedad, tienen como prioridad el ataque a un impuesto que aplica con suerte al 20% de la población con mayores ingresos.
Es extraño que sectores que sinceramente han criticado la era previa al estallido del 2001–junto con otros que se han beneficiado y/o que piden su regreso- tengan una visión tan marcadamente neoliberal, en la que la igualdad significa que el Estado no intervenga positivamente beneficiando a los más desfavorecidos o los que se encuentran en peor condición inicial.
Cristian Silva
Analista de CECREDA