A medio camino entre el enfoque de las capacidades y el neodesarrollismo
El fortalecimiento de las escuelas técnicas y el apoyo a la constitución de más y mejores carreras de ingeniería deben ser hoy tema central en la agenda pública. La activa participación del Estado en la dirección de la Educación es un deber central que no debemos pasar por alto, independientemente de la teoría del desarrollo que sustente nuestra acción. En este breve escrito se intentará mostrar que es posible vislumbrar una compatibilidad entre las concepciones neodesarrollistas y el enfoque de las capacidades, en desmedro de las posturas liberales extremas.
El gobierno argentino se encuentra diseñando un plan estratégico para profundizar el crecimiento de las carreras de ingeniería en todo el país. Las becas bicentenario, orientadas a financiar estudios en ingeniería y ciencias aplicadas, han tenido como resultados, desde 2003 a la fecha, el aumento de la cantidad de alumnos ingresantes a dichas carreras, del número de estudiantes avanzados, de la proporción de egresados y de la incorporación de docentes y becarios, al tiempo que se ha multiplicado la oferta de universidades y carreras.
Según datos recientes, se ha pasado de un graduado cada ocho mil habitantes en 2003 a uno cada 6700 en 2009. En 2011, se estima que el número es un graduado cada 5700. Se pretende llegar a 2016 a un graduado cada 4000 habitantes. Se espera, en el marco teórico del estructuralismo latinoamericano y del neodesarrollismo, que esto permita asegurar un desarrollo sostenible en el proceso de industrialización, en el mejoramiento de la innovación y la consecuente aspiración de que esto sirva para mejorar la cadena productiva, la competitividad en la Argentina y la agregación de valor. Todos ellos son elementos conducentes al crecimiento económico, condición necesaria – aunque no suficiente – para el desarrollo.
En el presente escrito analizaremos esta política pública a la luz del enfoque de las capacidades humanas, corriente iniciada por Amartya Sen y que ha servido – entre otras cuestiones – para la elaboración del índice de desarrollo humano, de la Organización de las Naciones Unidas. Asimismo, mostraremos cómo algunos problemas teóricos presentes en la literatura sobre el enfoque de las capacidades humanas y el desarrollo humano pueden ver un atisbo de solución utilizando como herramienta el ejemplo de esta política pública.
Amartya Sen, premio nóbel de Economía en 1998, distingue entre lo que las personas desean ser o hacer (functionings) y la capacidad que tienen dichas personas para alcanzar ese ser o hacer que ellas valoran en su vida y para su vida (capabilities) (cfr. Sen 1992, pp. 40 & Sen 1999, pp. 75). Las teorías del desarrollo humano, influidas por los escritos de Sen, apuntan al individuo como eje del desarrollo. El proceso del desarrollo sería, entonces, aumentar las capabilities de los individuos para que puedan ejercer sus functionings. Esto no significa que dichas teorías se enmarquen en un individualismo metodológico u ontológico, como las teorías de bienestar de raigambre neoclásica. Más bien, el enfoque de Sen se basaría en un individualismo ético. El individualismo ético postula que los individuos son las unidades fundamentales y últimas de los asuntos morales. Esto, por supuesto, no implica que no deberíamos evaluar las estructuras sociales y propiedades sociales, pero el individualismo ético implica que estas estructuras e instituciones serán evaluadas en virtud de la importancia causal que ellas tienen para el bienestar de los individuos. El individualismo metodológico u ontológico, por otro lado, sostendría que la sociedad se construye sólo por individuos y nada más que individuos. La sociedad no sería nada más que la sumatoria de esos individuos y sus propiedades (cfr. Robeyns, Ingrid).
A esta altura nos enfrentamos a un problema teórico interesante. En la literatura sobre el enfoque de las capacidades y el desarrollo humano, existe un extenso desarrollo sobre el concepto de capabilities. Sin embargo, no existen muchas problematizaciones en torno al concepto de functionings. Comim, Quizilbash y Alkire dicen: «While there have also been some attempts to focus specifically on capability rather than functionings in applied work, this is an area where there is scope for further work» (Comim, Quizilbash & Alkire, pp. 13). Deneulin, por otro lado, sostiene: “It is sometimes desirable that functionings and not capabilities constitute the goal of public policy. In some areas, it is sometimes more important to have people function in a certain way than it is to give them the opportunity to function in a certain way. It is sometimes more important to focus on the human good (functionings), rather than on the freedom and opportunities to realize that human good (capabilities)” (Deneulin, Séverine 2002, pp. 506,“Perfectionism, Paternalism and Liberalism in Sen and Nussbaum’s Capability Approach”,Review of Political Economy14/4, 497-518).
El problema teórico interesante que se nos viene a la mente es el siguiente. Supongamos que entre las functionings de determinado individuo está el hecho de consumir drogas duras como la cocaína y el LSD. Fortalecer las capabilities de ese individuo para que pueda alcanzar dicha functioning no pareciera estar entre los intereses del enfoque de las capacidades y del desarrollo humano. De hecho los ejemplos de functionings que dan Sen y los continuadores de su obra apuntan a la eliminación del hambre, de la pobreza, al deseo de una vivienda digna, al acceso a la salud y la educación. Sin embargo, el problema persiste: ¿cómo construimos una teoría que evite este tipo de problemas?. Para ello, deberíamos tener un esquema que discrimine entre functionings deseables y functionings no deseables. Lo que nos conduce a un problema aún más grande y más antiguo: ¿qué justificaciones tiene el Estado para desarrollar cierta política pública, aun cuando ésta vaya en contra de las functionings actuales de determinado o determinados individuos?
El problema planteado en el párrafo anterior se inserta en el debate sobre el paternalismo. El Estado paternalista es aquel que limita la libertad individual de sus ciudadanos con base en unos valores que fundamentan la posición estatal, un argumento que podemos encontrar por ejemplo en posturas liberales radicales como las de Robert Nozick. Volviendo al tema de los ingenieros: ¿qué justificaciones podemos encontrar para fundamentar la política pública que incentiva que haya más ingenieros? Después de todo, la justificación estatal es que, en el marco teórico del estructuralismo latinoamericano y en el neodesarrollismo, prima facie, los ingenieros serían una variable de crecimiento económico. Pero, se podría contraargumentar desde una postura de Estado mínimo: ¿por qué no financiar a los licenciados en finanzas, si entre las functionings de ciertos individuos puede estar el hecho de convertirse en uno de ellos? ¿Por qué favorecer determinadas functionings y no otras? ¿Cómo resolver este problema sin perder el individualismo ético y, al mismo tiempo, establecer ciertos criterios de functionings prioritarias que el Estado debería atender? La solución sería preguntarse si determinadas functionings de determinados individuos pueden servir para desarrollar las capabilities de otros individuos. En este sentido, el fortalecimiento de las carreras de ingeniería es fundamental.
Si tuviéramos que trazar sucintamente los próximos dos peldaños a alcanzar para finalmente conseguir nuestro desarrollo económico y social diremos que el primero es pasar de una economía primaria basada principalmente en la explotación de recursos naturales (el famoso modelo agroexportador) a una economía cuya columna vertebral sea el fortalecimiento de las diferentes industrias nacionales. El segundo paso, una vez consolidada la industria como principal fuente de ingresos nacionales, es convertirnos en una nación productora de tecnología de punta con alto valor agregado. ¿Cómo podemos lograr ambas cosas?
Es importante primero aclarar algunos temas. Las ventajas comparativas, en el marco del comercio internacional, son producidas socialmente; pueden ser direccionadas y son pasibles de un pensamiento estratégico acerca de cómo lograrlo. En la medida en que las políticas económicas afectan las estructuras productivas, es posible crear ventajas comparativas. Un elemento importante en este sentido es la constatación de que las experiencias exitosas de exportación de manufacturas en el mundo en desarrollo estuvieron en general precedidas por períodos de industrialización por sustitución de importaciones. Los países de industrialización reciente, o semiindustrializados, han basado parte de su progreso en la capacidad para desarrollar nuevas líneas de producción y nuevas especializaciones. En definitiva, las naciones más eficientes en el logro de su desarrollo económico son las que han pensado estratégicamente sus ventajas comparativas y han logrado su cometido.
Entre 1880 y 1930 el proyecto de país agroexportador puede resumir su propia publicidad en una metáfora que aún hoy la tenemos presente en el imaginario colectivo: Argentina como el granero del mundo. Aún hoy, lamentablemente, muchos líderes políticos y formadores de opinión nos inducen a creer que la madre de todas las soluciones para lograr el desarrollo económico y social es duplicar y triplicar nuestra producción primaria para aumentar nuestras exportaciones. Sin duda que sería un avance, pero seguiríamos atados a un modelo que no nos llevará al desarrollo económico y social.
El segundo peldaño del que hablábamos anteriormente para lograr el tan ansiado desarrollo implicaría convertirnos en el supermercado del mundo, agregando cada vez más valor a nuestros productos primarios y profundizar, además, la producción de manufacturas. Esto, si bien representaría un progreso loable, sólo nos dejaría a mitad de camino en la era de la sociedad del conocimiento.
La tierra, para los fisiócratas, era la fuente de la riqueza de un país. Como consecuencia, la explotación agrícola la forma más eficiente de conseguir dicha riqueza. Estas ideas calaron hondo en el pensamiento de nuestros principales ideólogos de la patria, en especial en Manuel Belgrano en el siglo XVIII y más tarde, a través de la recepción de Adam Smith y Jean Baptiste Say y con algunas diferencias con respecto a su antecesor, en el pensamiento económico de Alberdi, en el siglo XIX. Hoy, adentrados en el siglo XXI, nuestra concepción acerca de la generación del valor es diferente. La riqueza ya no proviene exclusivamente de la tierra, sino principalmente del conocimiento.
Los países más avanzados en desarrollo económico y social en el siglo XXI son justamente los que han apostado más fuertemente a la educación, a la ciencia y a la tecnología, agregando cada vez más valor a su cadena productiva. Finlandia, otrora productor principalmente primario y exportador de materias primas, se encuentra ahora en el puesto número 17 entre los países con mayor PBI per cápita medido según el poder adquisitivo según el Banco Mundial según cifras del 2009, y en el puesto número 22 según el Fondo Monetario Internacional, según cifras recientes del 2010. ¿La clave del éxito? Aumento de la inversión en ciencia y tecnología desde la segunda Guerra Mundial, lo que permitió que un país principalmente productor de materias primas se convirtiera en pocas décadas en uno de los más ricos e igualitarios del mundo como consecuencia de su liderazgo en el sector de telecomunicaciones y electrónica. Singapur se encuentra en el puesto número 3 según el Fondo Monetario Internacional y 4 según el Banco Mundial entre los países con mayor PBI per cápita medido según el poder adquisitivo. A diferencia de Finlandia, casi no posee recursos naturales, y debe importar la mayoría parte de los alimentos, hasta el agua que beben sus habitantes. ¿Cómo pudo lograr ser uno de los países con mayor PBI per capita? En sólo poco más de cuatro décadas, desde su independencia de Gran Bretaña en 1965 a través de la inversión en educación, ciencia y tecnología, que lo convierten hoy en uno de los mayores productores mundiales de plataformas petroleras submarinas y uno de los mayores exportadores mundiales de sistemas de control para aeropuertos y puertos.
En el párrafo anterior hemos visto sólo dos ejemplos. Podemos mencionar también a Suecia, a Israel, país desarrollado gracias al incentivo estatal para la creación de start ups y a la fuerte vinculación entre el sistema educativo y la industria. Pero detengámonos un poco detalladamente en un ejemplo más: Irlanda.
En el siglo XVIII, mientras en Argentina la dirigencia argentina se regocijaba por ser el granero del mundo, como muchos dirigentes hoy que añoran el pasado sin comprender que el siglo XXI necesita nuevas respuestas, Irlanda sufría una de sus peores hambrunas. Entre 1845 y 1849 la cosecha de papas, que se había convertido casi con exclusividad en el único alimento de la gran mayoría de la población irlandesa, fue sistemáticamente destruida por una plaga de parásitos. La población más humilde se vio privada de su principal y casi único alimento, lo que acabó provocando una hambruna de proporciones catastróficas, conocida como la Gran Hambruna irlandesa. Alrededor de un millón de personas perecieron de inanición, la mayoría vagando por los caminos después de ser desalojadas de sus casas al no poder hacer frente al pago del alquiler. La emigración se convirtió en una cuestión de vida o muerte y se produjo un éxodo masivo de población irlandesa a otros países como Inglaterra, Canadá, Chile, Uruguay, Australia, Estados Unidos y Argentina. Se calcula que la hambruna redujo la población irlandesa, debido a muertes y emigración, de 8 millones de habitantes con que la isla contaba a principios de 1845 a 4,5 millones a finales de 1849. Irlanda, sin embargo, ha tenido un crecimiento económico increíble en las dos décadas del periodo 1980-2000, donde pasó de ser un país de pobreza, a uno de los países con el PBI por habitante más alto del mundo: en el puesto número 6 entre los países con mayor PBI per cápita medido según el poder adquisitivo según el Banco Mundial según cifras del 2009, y en el puesto número 12 según el Fondo Monetario Internacional, según cifras del 2010. A pesar de que con la reciente crisis financiera Irlanda ha cedido espacios en el ranking mundial, su desarrollo económico y social desde 1980 se debe fundamentalmente al avance tecnológico, sobre todo en la industria del software.
El fortalecimiento de las escuelas técnicas y el apoyo a la constitución de más y mejores carreras de ingeniería son un tema central en la agenda pública. Su justificación teórica, esbozada sucintamente aquí, refleja una idea central: la activa participación del Estado en la dirección de la Educación es un deber central que no debemos pasar por alto, independientemente de la teoría del desarrollo que sustente nuestra acción. En este breve escrito hemos intentado mostrar que podemos vislumbrar cierta compatibilidad entre las concepciones neodesarrollistas y el enfoque de las capacidades, en detrimento de posturas liberales extremas.
Referencias
Ø Comim, Flavio, Qizilbash, Mozzafar & Alkire, Sabine, “Introduction”, en Comim, Flavio, Qizilbash, Mozzafar & Alkire, Sabine, 2008, The capability approach: Concepts, measures and applications. Cambridge: Cambridge university press.
Ø Deneulin, Séverine 2002, pp. 506, “Perfectionism, Paternalism and Liberalism in Sen and Nussbaum’s Capability Approach”,Review of Political Economy 14/4, 497-518.
Ø Robeyns, Ingrid, “Sen´s capability approach and feminist concerns”, en Comim, Flavio, Qizilbash, Mozzafar & Alkire, Sabine, 2008, The capability approach: Concepts, measures and applications. Cambridge: Cambridge university press.
Ø Sen, Amartya, 1992, Inequality Re-examined, Oxford: Clarendon Press.
Ø Sen, Amartya, 1999, Development as freedom, New York: Knopf Press.
Lic. Leandro Indavera Stieben
Socio fundador y analista de CECREDA