Notas de Opinión

La argentina y el G20: el realismo mágico aplicado a la seguridad nacional

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¿Qué cosas pueden unir eventos tan disimiles como la muerte de Santiago Maldonado con la, por ahora, desaparición del Submarino ARA San Juan? Aun sin tener certeza del destino del acorazado podemos afirmar que las coincidencias son muchas. Pero a la vez es esencialmente una; la falta de planeamiento en el diseño y aplicación de políticas públicas. 

En el área de seguridad  existe algo que resulta mucho peor que tener malas políticas públicas; y es directamente no tenerlas. Ese es el caso de nuestro país. Esto se puede evidenciar fácilmente cuando, por ejemplo, observábamos hasta hace poco tiempo a agentes de la prefectura naval (que se debe encargar de la protección de las vías navegables) custodiando la General Paz, en el límite que marca la jurisdicción de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires con su homónima provincia; para después desaparecer raudamente de un momento a otro. Para muestra alcanza un botón.

Mientras que, con miras a la organización de la cumbre del G20 que tendrá lugar en Buenos Aires en noviembre del año próximo, se discute en mesas de funcionarios como emparchar las enormes vulnerabilidades que posee nuestro territorio y las instalaciones críticas del País; subyace un interrogante que debe ser planteado en forma urgente. ¿En manos de quién debe estar la política de seguridad? ¿En manos de políticos que pueden pasar de una intendencia a una aerolínea de un momento a otro? ¿En manos de técnicos que desdeñan de la correcta gestión diaria de los recursos? Está claro que debemos encontrar el justo medio de las cosas. No es tan difícil. Esto se ha hecho y probado. El funcionario encargado de gestionar la seguridad debe valorar y conocer el andamiaje burocrático del Estado sin que eso merme sus conocimientos sobre la materia. No puede primar el voluntarismo  y la improvisación permanente cuando tenemos una extensa frontera apenas radarizada y una enorme cantidad de pasos fronterizos clandestinos.

La reunión en Hamburgo del pasado año en donde confluyeron 19 países y la Unión Europea nos dio sobradas muestras de que los actores no estatales –como por ejemplo las agrupaciones anti globalización- pueden, con pocos recursos, poner en jaque la seguridad de un país. Podemos preguntarnos entonces: Si fue tal la magnitud de los disturbios causados en Hamburgo, ¿cuánto peor lo serán en Buenos Aires?, una ciudad que, si bien está acostumbrada a protestas diarias, posee poca gimnasia en la legal represión de la protesta sin caer en desproporciones. Lo previsible seria afirmar que el resultado será aún peor, pero caeríamos en un error al copiar y pegar manifestantes europeos en el suelo porteño.

Ahora bien, no debemos engañarnos. Es cierto que hay un déficit enorme en la estilización de las políticas públicas en la materia (cuando no directamente su inexistencia). Pero sería simplista reducirlo a ese aspecto ya que aun contando con dichas políticas no será suficiente. Debemos entonces recorrer toda la cadena de mando en forma descendente para observar la obviedad de que no se puede administrar la política de seguridad con criterios de un taller mecánico, como no se puede tampoco aplicar políticas públicas sin distinguir lo importante de lo urgente. En épocas de todólogos, parece que principios tan básicos como la organización, delegación, el planeamiento en la formación de RRHH y los incentivos al trabajo en equipo son materias ajenas a la mayoría de los funcionarios públicos relacionados con el área. Funcionarios que prefieren sin embargo escudarse algunas veces en fracasos anteriores y otras veces en dar una apariencia de actitud multitasking que –tal objeto contrafóbico- les permiten camuflar en muchos casos su probada incompetencia.

Es muy difícil ser efectivo cuando no se sabe qué se quiere ni cómo. Dicho sea de otra manera, es muy difícil llegar a Mar del Plata para pasar una quincena allí, si en la rotonda de Alpargatas decidimos mejor pegar media vuelta para,  en cambio, pasar el día en San Pedro.

En un mundo donde los actores no estatales se convierten poco a poco en el gran destinatario de los recursos para cubrir vulnerabilidades y con los tristes antecedentes de los atentados en la Embajada de Israel y AMIA acaecidos -y peor aún, no dilucidados- no podemos otra cosa que abocarnos de forma seria al tema, dejando de lado la procrastinación constante.

Determinados temas que representan no solo políticas de Estado, sino que tienen implicancias Geopolíticas deben necesariamente quedar afuera de la ciclotimia política imperante y pasar a manos de personas comprometidas y preparadas. 

Debemos alejarnos de la seguridad declamativa, algo de moda en estos tiempos, y de aquella que se discute vía grupos de WhatsApp, y evolucionar hacia un verdadero compromiso con la misma. Ese compromiso será evidenciable solamente con la puesta de recursos en el área. Recursos significarán los económicos pero también los humanos. No debemos olvidar el rol fundamental que tienen los profesionales en la materia y la sinergia positiva de los buenos grupos de trabajo.

Es sumamente saludable y necesario que, con la reinserción de argentina en el mundo, tanto funcionarios públicos como fuerzas de seguridad se capaciten en el interior y exterior del País bajo el paraguas de convenios con organismos internaciones y/o agencias y laboratorios extranjeros. Pero de ninguna manera esto es una condición suficiente para conseguir un gradiente positivo en materia de seguridad. Mucho menos aun cuando dichas capacitaciones suelen favorecer llamativamente y de forma recurrente a grupos minúsculos, postergando a otros. Al final descubriremos que esta sesgada erogación de dinero tendrá impacto tendiente a nulo en la creación y/o aplicación de las políticas públicas referidas a seguridad.

La historia y no la coyuntura es quien nos obliga a pasar urgente a una etapa de diseño de políticas públicas que integre a todas las partes interesadas y, aguas abajo en la cadena de mando, abandonar el modelo de la seguridad declamativa que recorre meetings, workshops y pasillos de organismos públicos para ir hacia un verdadero compromiso que se debe valer de la aplicación de una disciplina tan poco aplicada en nuestro país como infaliblemente efectiva que es el planeamiento.

De no encarar la problemática de seguridad con un enfoque programático e integral, la resultante a este “macondiano” caleidoscopio de buenas y no tan buenas voluntades en la aplicación de las políticas de seguridad no serán de ninguna manera consecuencias positivas y sustentables en el tiempo.

Lic. Javier A. Rodriguez

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