Simbologías del 25 de mayo en Argentina y Brasil.
Las similitudes y las diferencias se cruzan permanentemente. Hace siglos y sigue así. Brasil y Argentina declararon la independencia con un intervalo de apenas seis años (en 1822 en el territorio vecino), en procesos obviamente relacionados con el conflicto entre las colonias y las metrópolis de la Península Ibérica. Napoleón fue un actor determinante para el desarrollo de las acciones, ya que su investida en contra de la región, debilitó a España y Portugal. En el último caso, provocó el insólito traslado de la sede del Imperio hacia la colonia, pues la corte del rey portugués Don Juan VI se vio obligada a huir a Rio de Janeiro por la invasión de su país. Hecho que, de paso, fue responsable de una revolución urbana y cultural en la ciudad.
Las anécdotas sobre la independencia brasileña son muchas e incluyen hasta una posible descomposición del príncipe Don Pedro I, hijo de Don Juan, en las márgenes del Rio Ipiranga, escenario de la famosa cena “Independencia o muerte!”, consagrada en los libros de Historia. El lugar habría sido mera casualidad. El príncipe volvía de un largo viaje para calmar a numerosos sectores de la elite de Minas Gerais y Sao Paulo, inquietos por las medidas impulsadas por él hacia la independencia de la metrópolis, como el llamado a la primera asamblea constituyente brasileña, la divulgación de un manifiesto que rompía relaciones con las cortes constituyentes portuguesas y que garantizaba la “independencia de Brasil, pero como reino hermano de Portugal”.
Cuentan versiones más recientes de la Historia que Don Pedro I había parado en las márgenes del Ipiranga para aliviarse y ahí recibió una carta con demandas de la metrópolis en contra de sus medidas, lo que provocó su enojo y contribuyó para que diera el famoso “grito de independencia”. Muchos historiadores coinciden que el proceso fue más resultado de inquietudes del príncipe portugués que de sectores de la sociedad brasileña. No hubo, como en la Argentina, una movilización colectiva acompañada por debates y propuestas de rupturas más radicales en contra de la metrópolis, lo que no quiere decir que tampoco aquí esa movida haya sido representativa de molestias y planteos de la mayoría de la sociedad argentina.
Cerca de dos siglos han pasado ya para ambas naciones y el modo de relacionarse con las fechas y su simbología se ha convertido en una diferencia más entre Brasil y Argentina. Aunque el 7 de septiembre brasileño cuente con espectáculos de artes en Brasília y otras ciudades importantes, la celebración principal de la fecha patria es un desfile militar. El hecho reúne un público familiar, con papás que llevan los chicos a observar tanques y acrobacias de aviones, y se ponen a explicarles sobre las distintas fuerzas, sus equipamientos y algunas anécdotas. La celebración puede parecer algo impensable en la Argentina, lo que muestra que los brasileños tienen otra relación con sus Fuerzas Armadas, pese a una larga dictadura de 21 años que no generó tantos traumas en la sociedad local como en los vecinos. Fueron cerca de tres mil desaparecidos en el periodo entre 1964 y 1985, en contraste con las 30 mil víctimas de los siete años de las juntas militares argentinas.
Pero obviamente esto es insuficiente para explicar la relación de ambos pueblos con sus armas, procesos de independencia y símbolos de país. Los rasgos de nacionalismo en Brasil son escasos. La faceta opuesta es lo más evidente. Hay un rechazo patrio motivado por constantes y antiguos escándalos de corrupción, insatisfacciones con una situación social lejos de ser satisfactoria para la mayoría de la población, y por un desencanto con la política (factor que resulta en una desilusión con esta clase y una triste resignación manifestada desde las filas de los bancos a las villas, cuando mueren niños por engaño en confrontaciones entre policías y narcotraficantes).
Sin embargo, así como en la Argentina, Brasil vivió un cambio social importante en los últimos diez años que, si no sirvió por lo menos para aplacar la corrupción endémica en la política, efectivamente aplacó el hambre y la miseria en una parte significativa de la población y aún llevó a 31 millones de brasileños a la clase media, con nuevos hábitos de consumo que, de paso, contribuyeron en mucho a la industria y el comercio local.
Pero estas profundas transformaciones no fueron acompañadas de un sentimiento nacionalista o de un incremento del orgullo entre la gente. Aunque Lula haya dicho en la semana, en su última visita a la Argentina, que “recuperamos el placer y el gusto de ser brasileños y de amar a nuestro país”, eso no se refleja en las calles y tampoco en los discursos culturales. Ni tampoco en los discursos políticos de líderes del parlamento o del ejecutivo en los estados. La sensación es que cada uno está más ocupado con su circunscripción, lo que para nada es raro en una era de privatización de responsabilidades e individualismo exacerbado, evidente en todo el mundo. Lo que llama la atención es que, hace poco, la Argentina haya pasado por un proceso semejante – pero también con muchas diferencias – de crisis y recuperación, que logró una vez más, luego de algunas décadas, movilizar el sentimiento nacionalista popular, tras un duro golpe en la autoestima nacional por la crisis de 2001.
En realidad, por supuesto son razones antropológicas, políticas y sociales las que explican tantas diferencias, más allá de las experiencias con ambas últimas dictaduras, desastrosos periodos neoliberales en los ‘90 y recientes gobiernos progresistas. Pero llama la atención que un gobierno totalmente inserto, como todo el mundo, en la lógica capitalista, tenga como uno de sus lemas “La patria es el otro”. Si bien eso obviamente no sea cumplido a raíz de su significado, es un simbolismo importante que convoca a la gente a mirar al lado y enterarse que todos comparten la misma bandera, algo que por supuesto se nota más en movilizaciones colectivas como la que va a dar lugar en el 25 de mayo.
La bandera de Brasil no está colgada en muchos cantos además de los sitios y edificios gubernamentales, ni tampoco en lugares comunes como colectivos, balcones, muros o negocios, ni mismo en nuestra fecha patria. Es un feriado más. No se trata de generalizar y decir que en el 25 de mayo o en el 9 de julio en Argentina anualmente haya una toma de consciencia de todos los argentinos hacia su historia ni que se llenen de orgullo por su trayectoria y sus símbolos, sino que, al menos, se come más locro y pastelitos de membrillo y batata.
Por María Martha Bruno
Analista de CECREDA y corresponsal de UOL en Buenos Aires