Los datos sobre la vulnerabilidad de los jóvenes argentinos revelan una preocupante realidad de los adolescentes que quieren estudiar, trabajar e insertarse en una sociedad que los agrede física y simbólicamente, para dejarlos marginados de las oportunidades de un futuro digno.
En medio de las noticias de impacto político, como las elecciones, mientras debatimos cómo salir del estancamiento económico y hasta con la preocupación por el desprendimiento de un iceberg de características continentales, la problemática social de los jóvenes argentinos pidió permiso y logró al menos por un instante algo de interés en la opinión pública. Lo hizo a partir de los números duros y difíciles que explican la vulnerabilidad de nuestros jóvenes, creciendo y procurando ser nativos de una época que los reciba con los brazos abiertos para el estudio y el trabajo. Algo que, lamentablemente, nuestra Argentina no parece disputa a otorgarles tan fácilmente.
Los números que, por ejemplo, UNICEF dio a conocer son elocuentes. Muestran que uno de cada dos pibes de entre 13 y 17 años es pobre. Una pobreza que golpea mucho más que al conjunto de la población: entre chicos hay más pobres.
Unicef también reveló que entre 2011 y 2015 en la provincia de Buenos Aires hubo más de 207 chicos menores de 18 años de edad sometidos a torturas y malos tratos. Y en la mismísima ciudad de Buenos Aires, durante el año 2015 se produjeron 347 denuncias por hechos violentos hacia niños, niñas y adolescentes, por parte de las fuerzas de seguridad.
En la Argentina medio millón de adolescentes están fuera de la escuela y solo la mitad de los que ingresan terminan el nivel secundario. Y en cuanto al trabajo, el propio INDEC reconoce que del total de desocupados que tiene la Argentina, la mayoría son jóvenes de menos de 30 años. Los que tienen entre 20 y 20 años suman casi el 46 por ciento del total de personas en condiciones de trabajar pero sin empleo.
¿Hay algo peor que podamos estar haciendo por nuestros chicos? La respuesta, lamentablemente, es si.
Según las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud, la Argentina tiene una tasa de suicidio en aumento. Y crece de manera alarmante, tal como lo alertó Unicef en su reciente informe. Hablamos de una tasa de suicidio joven que pasó de 7,3 muertes cada 100 mil habitantes en 2011 a 14,2 en 2015. En cuatro años la cantidad de chicos suicidados se duplicó. Y en casi 20 años, desde la década de los 90 la misma tasa se triplicó. Según datos del Ministerio de Salud, el sector de la población joven con más tasa de suicidio se da entre chicos, especialmente varones, de entre 15 y 24 años.
Algo no estamos haciendo bien; por no tener conciencia de lo que significa para una sociedad ver que nuestros hijos se quitan la vida; y por no estar haciendo nada para frenar esta situación de auténtica crisis social.
Quien esté bien informado sobre la temática podría decir: “Es cierto, pero la tasa de suicidio adolescente crece en el mundo”. Y podría argumentar aún más y mejor: “En los últimos 45 años la tasa de suicidios aumentó un 60 por ciento en la Argentina y en muchos otros países…”.
¿Acaso estos datos mundiales pueden ser un atenuante para nuestro país? Yo diría que pueden ser consuelo, pero con el agravante de que este dramático indicador social, en la Argentina, se combina con otras realidades sociales que pone a los chicos en un contexto todavía más vulnerable: la de la pobreza y la exclusión social.
Es que estamos criando pibes pobres, sin trabajo, agredidos y golpeados y empujados a la propia muerte. El suicidio en países subdesarrollados como el nuestro cobra un dramatismo todavía mayor.
Hablemos de las causas del suicidio adolescente.
La frustración es, sin dudas, uno de los principales motivos. Las metas no cumplidas empujan a cientos de chicos a quitarse la vida. Un escenario agravado por los excesos de alcohol y drogas… de pibes cuyos padres probablemente incurran en sus propios excesos más allá del esas sustancias. Hablamos de padres que se exceden en su trabajo, en sus compromisos sociales extra hijos, en consumir medicamentos para dormir, en tomar pastillas para estar despiertos…
Como lo dijimos al calor de la muerte de adolescente en fiestas electrónicas… si indagamos en cada chico que cae en el consumo de éxtasis y demás drogas llamadas “de diversión” seguramente encontraremos tras ellos a padres excedidos de todo tipo de sustancias incluso legales y de demandas sociales espurias.
Pero fundamentalmente en donde nos queremos parar es en la contención social que tienen… qué le damos a nuestros pibes. Tanto porque se quitan la vida o arrebatan incluso la existencia de otro al cometer un delito, se trata de saber qué pasó para que la sociedad no haya podido evitar el trágico final de cientos de chicos. Y la respuesta viene dada tanto por la ciencia social como por las reflexiones de víctimas de la violencia.
Por el lado de la ciencia, quien haya al menos leído algo sobre Emile Durkheim sabrá que su aporte vital a la sociología estuvo dado por su trabajo titulado “El suicidio”. Este padre (uno de los padres) de la sociología, demostró que hay factores sociales que precipitan a los individuos a quitarse la vida.
Hay lazos sociales que, al no estar del todo bien constituidos, terminan siendo una red que se rompe ante al afán suicida de una persona. Esa red social es débil y no llega a evitar la tragedia. Se trata de ver qué pasa en cada pibe a partir de lo que sucede en su entorno: familia, amigos, compañeros de estudio.
Muchas veces allí están las mejores explicaciones para lo inexplicable, tal como lo desmostó Durkheim.
En estos recientes días que pasaron, el tema de los jóvenes y los actos criminales que protagonizan fueron reflexionados por víctimas del delito. Familiares y amigos de personas que murieron a manos de jóvenes. Y sus respuestas no pudieron ser más sociológicas.
Por ejemplo, el padre de una joven asesinada en Punta Lara dijo que este problema de los jóvenes que matan no es un problema de la sociedad: es un asunto de familias. Su clara reflexión condimentada por el dolor de la pérdida de su amada hija no pudo ser más oportuna e inteligente.
Cuando decimos que los problemas son de la sociedad, estamos diciendo que los problemas no son míos, son de otros. En cambio, cuando hablamos de familias y sus cuestiones íntimas, ahí el asunto nos empieza apretar como un zapato chico.
El que también reflexionó en el mismo sentido fue el papá del nene asesinado por jóvenes delincuentes en Lomas de Zamora. Martín Bustamante dijo:
No me gustaría estar en los zapatos de los asesinos. Es difícil vivir como ellos, sin tener una contención de amor y cariño, y con padres delincuentes.
¡Qué claridad! ¡Es cierto!
¿Cómo es posible ser buena gente si te crían exactamente al revés? ¿Qué sociedad de buena gente podemos tener si criamos a nuestros hijos sin contención alguna, sin cariño, sin siquiera una mínima cercanía y acompañamiento?
Para no quedarnos solo en el dolor, digamos que estos males que rodean a nuestros pibes se pueden remediar.
Por ejemplo, en el caso del suicidio adolescente, los especialistas hacen foco en tres puntos claves. Hay que estar atentos a:
- Cambios notorios en el carácter como ser: retraimiento, apatía, insomnio.
- Referencias reiteradas a la muerte.
- Amenazas de suicidio.
Y cómo contener al joven coqueteando con el suicidio. Como toda patología, detectándola a tiempo. Sólo estando cerca de nuestros hijos sabremos qué le anda pasando. De lejos poco podremos advertir:
Promoviendo su participación en grupos de ayuda que probaron ser efectivos en el tratamiento de personas en situación de crisis.
Existe además una nueva generación de fármacos más efectivas y con menos contraindicaciones.
Y asimismo hay que limitar el acceso a posibles medios para cometer el suicidio: cuidar el acceso a insecticidas, instalar protecciones en los puentes, proteger la electrificación de las vías férreas y concientizar sobre la posesión de armas de fuego.
Pero también hay recetas para mitigar la marginalidad en la que quedan atrapados los jóvenes y sus familias. Un recientes estudio conjunto de ANSES, UNICEF, la Universidad de Buenos Aires y la de la Plata fue concluyente: Afirman que la Asignación Universal por Hijo, lejos de fabricar vagancia, permitió atacar el flagelo de la indigencia entre los sectores más postergados de nuestra sociedad.
Y que el beneficio, que alcanza a 4 millones de argentinos, lejos de alimentar la especulación de “vivir de un plan” no desalentó la búsqueda laboral, más allá de que en la actual crisis los puestos de trabajo faltan más que lo que sobran.
Pasando en limpio, la Asignación Universal por Hijo llevó mejoras a los sectores más castigados de nuestra injusta Argentina. Una medida tomada en su momento por el kirchnerismo ante el reclamo de la oposición y sostenida hoy en tiempos de Cambiemos. La AUH es hoy una de las pocas y verdaderas políticas de Estado.
Como para reflexión final, digamos que somos una sociedad que le da la espalda a nuestros pibes. Pero que, con conciencia ciudadana y compromiso político, algo y muy bueno se puede hacer por ellos.
Nuestros chicos no serán mejores con estudios universitarios. Serán mejores con nosotros a su lado. Este es nuestro aporte. Suena a perogrullada, pero es estrictamente cierto. ¿Qué tan cerca estás ahora de tus hijos, sobrinos o nietos? ¿Sabés en qué andan? ¿Te preocupás por ellos? ¿Qué ejemplo les das vos a ellos? ¿Qué hacés de tu vida para demostrarle a los pibes que te miran que su vida también vale más que cualquier otra cosa?
Sin mirarlos a los ojos jamás sabrás lo que les pasa. Ni lo bueno ni fundamente lo malo. Nosotros sigamos dándoles contención a nuestros chicos. Que el Estado se encargue de darles oportunidades de estudio y de trabajo.
Todo lo que pueda pasar seguramente será para mejor, mejor que como estamos hoy.
Diego Corbalán
Analista de CECREDA
Director de VozxVoz