Desde comienzos del 2003, la Industria Argentina llegó a ser sumamente competitiva registrando tasas de crecimiento del 9% anual, resultado que permitió que se realizaran ampliaciones en la capacidad instalada, y por ende, en su nivel productivo. Hoy, tras un periodo caracterizado por el aumento en los costos, una economía mundial en crisis y un consumo interno moderado, las empresas enfrentan un panorama complejo que deben atravesar.
El contexto actual demanda una competitividad que obliga a poner la mirada en los rasgos particulares de este proceso. Podemos optar por dos cuestiones importantes: el desarrollo tecnológico y la vinculación entre la educación y el trabajo.
En la implementación del desarrollo tecnológico, elemento vital en el crecimiento productivo, está comprobado que con el tiempo este mecanismo pierde rentabilidad si no se posee una fuerte mano de obra especializada que la ejecute. Esta mano de obra, que sale de las escuelas técnicas y diversos centros de formación, se enfrenta con una problemática que surge a raíz de que todavía hay docentes y futuros docentes que creen que las enseñanzas técnicas no pueden sincronizarse a los cambios de la industria. Este enfoque conservador perjudica directamente a la producción nacional.
La época en la que el artesano podía decidir cuánto tiempo le dedicaba a una pieza es actualmente un concepto ancestral, ahora, el ritmo de trabajo y el control del tiempo de las tareas están sujetos a las necesidades del mercado, de un ritmo activo y del nivel de calidad que debe que ser fomentado desde su formación. Por eso es tan importante la vinculación de la educación con el trabajo. Es imprescindible inculcar en los jóvenes una conciencia preparada para formar parte de la Industria Nacional.
La capacitación laboral en la Argentina demostró estar fuera de sintonía con la actividad social. Pese a la reforma en la educación técnica no se pudo crear el vínculo industria, maestro y aprendiz. Esta formación que tan eficiente es cuando se incurre en el lugar de trabajo, fue y sigue estando reducida a la actividad en la clase escolar. Esta es una gran secuela que nos dejó modelo neoliberal.
De ninguna manera nos sirve echar culpas, nuestra responsabilidad es la de analizar nuestra cultura que todavía no pudo proponer ideas modernizadoras que permitan trasmitir y crear saberes socialmente productivos y responsables.
La innovación tecnológica se adquiere mediante inversión, pero el desarrollo tecnológico, además de capital, necesita una fuerte tradición de saberes metodológicos que transmitan conocimientos de diseño, producción, operación de maquinarias, equipos e instrumentos utilizados y requeridos para la Industria Nacional.
No debemos ser reconocidos como país sólo por exportar soja y futbolistas, sino por ser el país que tenga la mejor industria de Latinoamérica. Ese es nuestro objetivo. Para eso, debemos evitar que los procesos tecnológicos desplacen a nuestros trabajadores o fundan a nuestras empresas.
Resulta clave identificar los requerimientos técnicos que exigen los procesos tecnológicos para lograr que la industria sea líder y saque ganancia de su valor agregado. El siglo XXI nos seguirá sometiendo a duros y limitantes desafíos, producto de un mundo acelerado y competitivo. Queda en nosotros encontrar la clave y las combinaciones de factores para llegar las metas propuestas en materia económica productiva y social.
Pedro Evans
Analista de CECREDA
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