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Largo camino por recorrer

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Por Daniel Schteingart  y Gustavo Ludmer

Las dos experiencias neoliberales que vivió nuestro país (última dictadura y Convertibilidad) afectaron profundamente a la industria nacional, al favorecer la abrupta e indiscriminada entrada de manufacturas del resto del mundo. La producción nacional fue reemplazada por la extranjera, sobreviviendo sólo algunos sectores. En contraste, el intenso crecimiento industrial que tuvo lugar durante la última década fue posible gracias al espacio vacío que dejó la devaluación del peso y a la sólida recuperación de la demanda doméstica. Durante estos años, se avanzó en la sustitución de importaciones, en particular de bienes finales (por ejemplo, indumentaria, muebles y alimentos procesados). Sin embargo, la estructura productiva no logró ser modificada en sus cimientos y continúa caracterizándose por su reducida integración nacional. Esto significa que la producción industrial sigue dependiendo de la importación de una vasta cantidad de insumos y de bienes de capital que o no son producidos en Argentina o no lo suficientemente.

El problema crucial de la desintegración productiva heredada es que, tarde o temprano, deriva en un problema que nuestro país ya ha sufrido repetidas veces: la restricción externa. Este fenómeno consiste en que al expandirse la economía argentina, se requiere de crecientes importaciones, que no logran ser compensadas por las exportaciones, por lo que se cae en un déficit comercial que conduce al agotamiento de las divisas.

Existen varias propuestas para atenuar la restricción externa, entre las que se encuentran la devaluación, el retorno al endeudamiento o incluso la inversión extranjera. Sin embargo, si la estructura productiva permanece inalterada, el problema reaparece. De este modo, la solución de raíz consiste en ahondar la integración productiva, lo cual significa una mayor sustitución de importaciones. Así, se generan las condiciones para el crecimiento sostenido.

En este contexto, vale mencionar algunas ramas en las cuales Argentina podría avanzar sustituyendo importaciones. El sector energético es una de ellas. Desde el piso alcanzado en 2002, la actividad económica se duplicó, lo que se tradujo en un fenomenal incremento de la demanda energética. En este campo, la política energética de los últimos años tuvo un balance ambiguo: si bien por un lado se han realizado importantes inversiones (entre ellas, la construcción de Atucha II), en materia de hidrocarburos la producción decayó significativamente, lo cual derivó en que Argentina pasara a requerir de crecientes importaciones en este rubro. La estatización de la mitad del paquete accionario de YPF cambió la orientación de la empresa, incrementando la exploración y la producción. Sin embargo, los frutos seguramente serán recogidos dentro de unos años.

Otro de los sectores en donde resulta crucial una mayor integración nacional es el automotor. Mientras que en los ’70 los vehículos producidos en Argentina estaban compuestos mayormente por autopartes nacionales, en la actualidad la mayoría de las piezas son importadas. Así, cada vez que se incrementa la producción automotriz, aumenta la importación de piezas. Esta situación es la que puede dar lugar a importantes avances en materia de sustitución de importaciones, si se logra desarrollar y articular a las automotrices con proveedores locales de autopartes.

Un tercer sector clave es el de la producción de maquinaria, que hoy explica una parte sustancial de las importaciones argentinas. Además de ayudar a reducir el drenaje de divisas, esta rama puede ser generadora de tecnología local, así como demandante de mano de obra altamente calificada. Por ejemplo, la provisión de maquinaria para las actividades primarias puede ser un buen nicho de sustitución. Se han realizado en los últimos años importantes avances en materia de maquinaria agrícola, pero aún falta. Asimismo, una política industrial que favorezca la producción local de maquinaria para el sector minero puede ser una opción interesante. Los países escandinavos, junto a Australia y Canadá, han realizado una interacción virtuosa entre las actividades extractivas y la producción local de sectores tecnológicamente complejos.

Sin embargo, nada de todo esto sería posible sin un fuerte consenso social que reconozca la necesidad de profundizar la industrialización en Argentina. Primero, por la ya mencionada restricción externa. Segundo, porque en un país de 40 millones de habitantes, el sector primario y la agroindustria no alcanzan a generar los puestos de trabajo necesarios para una sociedad con pleno empleo, condición clave del desarrollo. Tercero, para dejar de depender de factores incontrolables como los precios internacionales de las materias primas o el clima. Finalmente, porque no hay país desarrollado que no tenga generación local de tecnología, siendo la industria la base de ese proceso. Es un largo camino por recorrer, pero la meta es una: el desarrollo económico y social.

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