#NiUnaMenos es el nuevo slogan que se ha utilizado como campaña para la lucha contra la violencia de género, pero ¿De qué estamos hablando cuando hablamos de femicidio? ¿Qué es este fenómeno tan antiguo que, recientemente, aparece en la agenda pública como violencia contra la mujer?
Hoy en día las ideas vienen “etiquetadas” en un hashtag y publicando el slogan de moda ya creemos ser parte de una ideología, de una protesta. Sin dudas el slogan permite mostrar un punto de vista, pero erradicar la violencia de género implica replantearnos los valores básicos de la sociedad en la que vivimos y, para eso, se necesita un esfuerzo racional y reflexivo mucho más profundo que un «me gusta». Quiere decir que ya no sea natural la cosificación del cuerpo de la mujer en los medios masivos de comunicación; que las publicidades de productos de limpieza no estén dirigidos únicamente a la mujer como si fuese la única capaz de limpiar y ser ama de casa; significa que no estemos acostumbradas a sufrir diariamente el acoso callejero; implica que las mujeres estén en las mismas condiciones laborales que los hombres; que las cuestiones domésticas desde las compras hasta el cuidado de los hijos estén igualmente distribuidas; que desaparezcan del discurso la agresión hacia la mujer por gorda, fea o “rapidita”, así como la exigencia de la estética ideal; significa la erradicación de la trata de personas; el derecho al aborto gratuito, legal y seguro; supone mucho más que el segundo que puede llevar subir a las redes sociales una foto con un cartel de #NiUnaMenos. Para eso un simple hashtag no es suficiente.
Es un largo proceso de reflexión, construcción y educación social cuyo camino se ha comenzado a andar en el último tiempo, pero que exige ir más allá de la ingenuidad (sea intencional o no). Ya que, ante el próximo hashtag de moda, la problemática perdurará en silencio, de la misma forma o disfrazada bajo una nueva máscara.
Históricamente, el modelo construido de familia patriarcal convirtió a la mujer en objeto-propiedad del hombre, quien podía ejercer el recurso de poder más básico -la fuerza física- para establecer su control, haciendo uso de los recursos económicos, ideológicos, legales y emocionales para mantener dicha subordinación. Esta forma de socialización forjó la distribución de los roles de género, percibiéndose latentemente la dominación masculina, y reproduciendo la desigualdad basada en una relación de poder que se fundamenta en la diferencia de sexo.
La inserción de la mujer en el mundo del trabajo, el acceso a la educación o a la política dan cuenta de importantes cambios en el rol de la mujer. Sin embargo, prevalecen ciertos valores heredados del patriarcado, que explican los discursos y las prácticas sociales acerca de la masculinidad que hoy en día prevalecen; ejemplos de tales prácticas son: la fortaleza que deben ostentar los hombres (“los machos no lloran”) o que las mujeres deben ser las encargadas de las labores domésticas y la crianza de los hijos.
Estas identidades de género socialmente construidas deben ser desnaturalizadas, en el caso en que deseemos llegar a las causas mismas de la violencia de género. Esto permite correr a la mujer del lugar de debilidad para colocarla en condiciones de igualdad.
El femicidio, homicidio de mujeres motivado por su condición de mujer, basado en la misoginia y el machismo, es la expresión más extrema de la violencia de género. Pero, como hemos visto a través del desarrollo esbozado, es tan sólo el final de una larga cadena de violencias y maltratos que la mujer sufre a lo largo de su vida, enmarcado en un contexto histórico particular que se construye socialmente. Por lo tanto no es solamente una cuestión individual del hombre que decide matar a su pareja, sino un cambio que debe estar acompañado por toda la sociedad para reposicionar a la mujer en un lugar de igualdad, de forma tal, que algo tan extremo como el femicidio no sea siquiera pensado. No hay violencia de género si no hay una sociedad donde el poder se ejerza hacia el débil, por lo tanto la concientización se debe dar en todos los medios de socialización existentes: familias, escuelas, medios de comunicación, políticas públicas.
Las mujeres violadas, golpeadas y asesinadas aparecen en los medios con nombre y apellido, para ser la noticia por unos días y luego quedar archivadas en el olvido. Pero la causa de sus muertes no es algo pasajero ni excepcional, perdura porque se fundamenta en los discursos y prácticas que producen y reproducen un determinado orden que mantiene a la figura de la mujer en el lugar de sumisión y subordinación. Las causas estructurales de la desigualdad de género no desaparecen tan rápido como los medios se pueden olvidar de Ángeles, Lola o Chiara. Estos femicidios son el último eslabón de una cadena de violencias conformada por el hostigamiento, el acoso, la violencia verbal, psicológica, económica, institucional; la física es sólo un tipo más de violencia, aunque la más fatal.
Las mujeres no deben ser “educadas para no ser violadas”, para cuidarse, ser sumisas, no provocar. Los hombres deben ser educados para no ser violadores, y nadie mejor que Manuela, una joven de 20 años que fue violada, para expresar en carne propia esta lucha, tal como finaliza una carta abierta que invito a leer a todo aquel que quiera sentir un poco más de cerca el martirio de una violación: “PD: Nadie me hará creer jamás que fui, soy o seré culpable de que me hayan violado”.
Ahora podemos entender que la lucha por la deconstrucción de los mandatos sociales que legitiman la violencia de género va mucho más allá de un justo y sensato pedido de #NiUnaMenos. Implica visualizar el carácter socio histórico de la dominación basada en la diferencia de sexo para desnaturalizar sus contenidos, destruir desde sus raíces las bases de la sociedad patriarcal, construir puentes de respeto y tolerancia. Si se lograra este cambio como sociedad, que depende de un esfuerzo conjunto de todas las instituciones de socialización y fundamentalmente del Estado, como garante principal de las relaciones en la sociedad, entonces ya no deberíamos gritar #NiUnaMenos.
Daniela Televes
Analista de CECREDA