En los últimos días muchos medios de comunicación se han encargado de instalar una imagen generalizada que ubica a la Grecia actual en la misma situación que Argentina en 2001. Esta lectura simplista de ambas realidades nacionales tiene como agregado, considerar a nuestro país en un estadío más avanzado que el país europeo y de plena superación de las condiciones estructurales que determinaron aquella gran crisis de principios de la década pasada.
Aunque es posible extraer algunas similitudes importantes, resulta obligatorio señalar que en uno y otro caso las circunstancias históricas, junto con la composición socioeconómica de cada país, son sumamente distintas. Esta no es una aclaración menor, pero sin embargo muchos medios interesados en poner apresuradamente en perspectiva las dos crisis, omiten esta valiosa consideración. ¿Por qué entonces trazar una analogía tan automática y poco problematizada que equipare a uno y otro sin reparar en las grandes diferencias de contexto? Puede adivinarse una intención tendenciosa de mostrar a Argentina como el caso ejemplar, omitiendo las diferencias que impiden ubicar a los dos países en un mismo punto de partida (2001 en el caso argentino, la actualidad en el griego).
Entonces, la pregunta que emerge como ineludible, es: ¿hasta qué punto puede decirse que Grecia en la actualidad y Argentina en 2001 se parecen? Pues bien, lo principal es señalar una similitud definitoria; en ambos casos se trata de una “crisis de deuda” contraída ante acreedores extranjeros, escenario en el cual un país cuenta con serios obstáculos para cumplir con la devolución efectiva de créditos e intereses acordados por gobiernos anteriores, ante entidades financieras internacionales. Asimismo, los dos países contaron también con el delicado problema de atravesar un ciclo económico recesivo, en el cual la disminución de la actividad económica y el crecimiento del desempleo, repercutieron con profundo impacto social al debilitamiento de la élite política dirigente, que debe comandar el gobierno en estas precarias condiciones de legitimidad. En ambos casos, se siguieron los dictados y las recomendaciones impuestas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) para una crisis financiera: reducción de gastos y de salarios. Con estas “condicionalidades” el FMI se aseguraba la regulación de las economías nacionales, ya que el monitoreo de estas exigencias era condición fundamental para cualquier otra ayuda económica.
Ahora bien, esto no es un escenario que sólo haya acontecido en Argentina y Grecia; muchos países que han salido de la vía neoliberal han experimentado problemas para pagar las deudas exorbitantes e irresponsables que -como mecanismo perverso- los acreedores internacionales utilizaban para domesticar a países sin status de potencia económica
El otro denominador común en ambos casos sería la eclosión social, conjuntamente con episodios de disturbios y violencia callejera, y la inevitable crisis a nivel institucional que esto conlleva. Naturalmente, muchos otros países transitaron -desde 2001 hasta la actualidad-, situaciones de agudas manifestaciones y protestas, como reflejo del descontento social ante medidas económicas emprendidas por las autoridades políticas. No existe aquí una especificidad única a los dos países, un elemento distinguible que permita postular a Grecia como la Argentina de 2001, ya que, reiteramos, episodios de ese tipo se han sucedido en muchos lugares del mundo. Grecia no es el único país que el neoliberalismo ha dejado incendiado y siempre es y será bueno recordarlo, pero ha habido casos más similares a la crisis argentina, incluso en países de nuestra región.
Dentro de este panorama económico, el principal argumento que permite a los medios implantarle la situación de 2001 al caso griego es una medida económica impulsada por las autoridades griegas que tiene especial resonancia en los oídos de los televidentes argentinos: se trata de la creación de un “corralito” financiero. El primer ministro griego, AlexisTsipras, emparentado con la tradición progresista en su país, ha implementado una receta tomada del ministro de economía argentino de aquel entonces (Domingo Cavallo) para evitar que el retiro masivo de los depósitos destruyera el sistema bancario de en su país. El “corralito” implicó la restricción de la libre disposición de dinero en efectivo de plazos fijos, cuentas corrientes y cajas de ahorros, y fue sin dudas una medida inédita que acrecentó el malestar social a nivel nacional. Este es un punto en común concreto, pero cabe decir que Grecia no posee exclusividad en su instrumentación; la misma medida creada por el ex ministro Cavallo fue utilizada también en la crisis de 2013 en Chipre. El lamentable elemento distintivo fue que en Argentina, este corralito fue precedido por una intensa fuga de depósitos, protagonizada por los “grandes depositantes”, quienes tenían mejor información y mayores medios para sacar el dinero de los bancos antes de que la medida se implementara.
El estallido social y la subsiguiente fragilidad institucional, son cuestiones que visiblemente afectaron tanto al caso argentino como a la coyuntura actual griega. Protestas, vandalismo y, concretamente, el desdibujamiento del ejercicio legítimo de la coerción como atribución exclusiva del aparato estatal, -elemento excluyente en la definición de los Estados modernos-, son cuestiones que la emanación generalizada de protestas callejeras logra acrecentar en forma manifiesta, forzando una situación de convulsión social.
Ciertamente existen algunos puntos de contacto, también hay diferencias sustanciales en los dos casos o, que no deberían ser dejadas de lado al momento de informar. A diferencia de Argentina, Grecia forma parte de una unidad económica y monetaria con otros países de su región. Al no tener una moneda propia y no poder, por ende, devaluar ni utilizar el mecanismo de emisión de moneda, las posibilidades en cuanto a política económica quedan drásticamente reducidas. Argentina tenía autonomía como para romper el modelo de convertibilidad y utilizar el nuevo tipo de cambio para impulsar el retraído mercado interno (y aprovechar la crecida de los precios internacionales para inyectar divisas en su economía), pero Grecia al no disponer de soberanía monetaria, cuenta con un panorama enteramente distinto. Tampoco puede unilateralmente distanciarse de entidades financieras -como sí lo hizo Argentina en ese entonces-. El país europeo cuenta con características que le imprimen un derrotero distinto para llegar al punto actual de la crisis, compartiendo no obstante, una matriz fundamental con el caso argentino: la consecuencia de la política neoliberal en el terreno económico.
Sin dudas, Grecia posee menor margen de maniobra. Se encuentra integrada en un bloque, como es la Unión Europea, por lo que debe consensuar sus decisiones y negociar fuertemente cada uno de los pasos a seguir, aceptando en ocasiones -con suma abnegación- requerimientos impuestos por los países de mayor peso político en ese continente, constituyendo la eventual salida griega de la zona del euro un notorio motivo adicional de presión externa.
Un elemento no menor a la hora de ejercer la comparación, es también la gran diferencia en el tenor de la deuda de cada caso. La deuda griega, es el triple del default argentino de 2001; la histórica cesación de pagos argentina llegaba a 87.000 millones de dólares, mientras que la deuda de Grecia -que puso en jaque la continuidad en la zona euro- es de 240.000 millones de euros. No se trata solo de cifras sino de ver hasta qué punto el maniatamiento económico se transforma en una condición estructural de cada economía. Lo que ocurre es que, cuando una entidad presta sumas impagables a un país sin capacidad de pago, el mecanismo de estrangulamiento político reorienta la economía hacia los intereses del acreedor cuyo poder, en este punto, se hace incontrolable para el país en cuestión.
Son estas, características definitorias (la existencia de la integración regional europea a nivel de decisiones políticas y económicas, la falta de una moneda propia que determinó un camino distinto y un caudal de deuda tres veces más grande) cuestiones que diferencian concretamente la crisis griega de la argentina de 2001. Aún así guardan algunos puntos de contacto, pero de ninguna forma permitiendo una situación de “espejo”, como algunos medios intentan instalar. Incluso la crisis política se dirime en otros términos en uno y otro país, ya que Grecia posee una forma de gobierno que opera bajo un sistema parlamentario, a diferencia de nuestro país cuyo sistema político es presidencialista.
Es una analogía que por motivos políticos sirve en el momento actual. No hay dudas respecto de cierta compatibilidad entre una y otra situación, pero ¿por qué no se enfatizan las diferencias tanto como las coincidencias? Ocurre que hay una utilización de este caso griego en ciertos medios nacionales. Puede leerse entre líneas un mensaje político hacia la audiencia que se inscribe de la siguiente forma; “vean qué mal que está Grecia y qué bien que estamos nosotros que ya hemos estado allí”. Esta puesta en escena anula todo análisis profundo y es de un simplismo alarmante y falaz, sólo puede responder a una lectura política interesada en favorecer la consideración sobre nuestra coyuntural socioeconómica actual, más que a la intención de hacer una comparación prudente. Peor aún, esta puesta en perspectiva con Grecia apunta, bajo la utilización de estos mismos medios de comunicación, a cumplir con otra función, que es la de advertir. Esta advertencia, destinada al ciudadano común -aquel que por falta de interés o de tiempo no esté concretamente al tanto de las condiciones de la crisis griega en particular- el mensaje que se emplea constituye un subtexto encubierto en forma sutil, y reza lo siguiente “esto que le pasa ahora al país griego y que es nuestro pasado, puede retornar a nuestra realidad económica”. Aterrorizar mediáticamente continúa siendo un ejercicio efectivo cuando es instrumentado en términos sociales.
Los casos de argentina y Grecia no son tan similares como una parte de la prensa interesada en términos políticos concretos, lo hace creer. Ni siquiera Grecia ha sido el único país con crisis de deuda y estallido social, aunque sí es en Europa el único que por sus características específicas hace ver a la salida del euro como una alternativa ciertamente viable.
Pueden encontrarse más similitudes con la Argentina de 2001 incluso en países de nuestra región, que en el caso griego. También el “corralito” -de creación nacional- ha tenido su versión fuera del país, no sólo en Grecia. Se adivina, entonces, una intención política en equiparar estos casos más de lo que realmente debería, para posicionar luego a nuestro país como la instancia superior y resuelta; el ejemplo a seguir incluso existiendo diferencias notorias entre los dos casos comparados. Diferencias que no son debidamente explayadas en los informes mediáticos y que desestiman la idea de “espejo” en los términos en que un sector del periodismo intenta trasladarlo hacia la opinión pública en su conjunto. Ponderar enfáticamente lo poco ponderable y querer exagerar aspectos positivos, es un ejercicio nada extrañable en un año electoral.
Nicolás Russo
Analista de CECREDA
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