La caída del paradigma bipolar que se impuso durante la mitad del siglo XX con la disputa de poder entre la ex Unión Soviética y Estados Unidos dio paso a un mundo unipolar con EE.UU. indiscutiblemente a la cabeza, aunque por un plazo breve. El unipolarismo, mediante una serie de crisis económicas, fue cediendo, dejando a un líder global incapaz de imponerse en conflictos como pudiese hacerlo antes.
La actual crisis política y social en Irak es testimonio del fin del unipolarismo, para dar lugar a un multipolarismo donde un puñado de potencias globales han resurgido y compiten entre ellas.
Durante el mes de julio los presidentes de dos de ellas han venido de visita a Argentina, Xi Jinping de China, y Vladimir Putin de Rusia, como parte de una misión comercial en América Latina. ¿Qué es lo que buscan en Sudamérica?
China, por su parte, pretende recomponer las relaciones comerciales y convertirse en el socio estratégico principal. Durante la pasada década, la relación entre China y Sudamérica fue la “ideal”, intercambiando las materias primas que China requiere (alimentos, energía, metales) por productos industriales baratos (electrónica, maquinaria, etc.). No obstante, este idealismo se fue perdiendo paulatinamente dado el alto nivel de penetración de los productos chinos en detrimento de las industrias locales, que comenzó a deteriorar la fuerza industrial y a generar roces, incluyendo a nuestro país. China sigue muy interesada en las relaciones comerciales como forma de afianzarse en el mundo, y por eso acordar con los países sudamericanos se vuelve una prioridad.
Rusia, en cambio, busca un afianzamiento político y geopolítico en Sudamérica. La inestabilidad con su vecino Ucrania ha fomentado una serie de medidas punitorias contra Rusia por parte de la Unión Europea y Estados Unidos que pretende echar por tierra. Para ello ha adoptado una estrategia de expansión, pisando fuerte con el grupo BRICS (países emergentes que hasta el momento incluye a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, pero que busca nuevos aliados) y usándolo como excusa, con el fin de reforzar su presencia en Sudamérica.
Planteado el esquema, ¿cómo está posicionada Argentina?
Hasta el momento, la política exterior argentina ha tenido como eje el “americismo occidental” (privilegiando las relaciones con países de América y Europa) teniendo como líder de dicho alineamiento a los Estados Unidos. Pero, dado el cambio actual de paradigma, se encuentra con un esquema modificado. Socios no-tradicionales se transforman rápidamente en estratégicos y de relevancia. Argentina puede entonces tomar tres caminos:
- Aceptar los vientos de cambio actuales (a riesgo de alejarse del eje EE.UU-Europa) y alinearse con alguno de los nuevos jugadores de peso.
- Convertirse en un país no alineado, manteniendo las mejores relaciones posibles con aliados tradicionales y nuevos, usando como garantía de independencia su enorme capacidad como exportador de alimentos.
- Mantenerse con el eje Occidental, profundizando relaciones con socios conocidos y disfrutando los beneficios de una relación más fluida.
Existe una cuarta opción para Argentina, que es actuar como un bloque conjuntamente con otros países de la región sudamericana como el MERCOSUR (netamente comercial) o el UNASUR (de tendencia política y militar). Pero estos bloques han tenido problemas, desde sus orígenes, para afianzarse definitivamente. De hecho, el accionar argentino en algunos casos ha provocado un retroceso en algunos aspectos (elevar aranceles, limitar importaciones de países asociados, etc.), por lo que dificulta un accionar unificado. Un bloque regional fuerte puede llegar a ser muy beneficioso, pero lograrlo requerirá un esfuerzo compartido que es difícil de coordinar, dados los intereses contrapuestos de sus integrantes en el marco económico y político regente. No descarto, sin embargo, un bloque regional fuerte a mediano plazo que pueda imitar a su par europeo e impulsar a sus miembros hacia arriba en la escalera mundial, eso dependerá del trabajo y el cumplimiento de los compromisos de aquí a la próxima década.
En resumen, la decisión no es fácil, y cada una conlleva sus riesgos y beneficios. Pero dado el rumbo que las relaciones internacionales están adoptando, no parece probable que uno de los jugadores internacionales de peso actuales se convierta en uno hegemónico a corto ni a mediano plazo, ya que el resto actuará como contrapeso. En esas condiciones, mantenerse como una nación no-alineada podría traer mayores beneficios que contras, además de ser la única opción de las tres que le permitiría, en un futuro lejano (o quizás no demasiado) mejorar su propia posición en la región y convertirse nuevamente en una potencia.
Por Maximiliano A. Salamone
Lic. en Relaciones Internacionales – Analista de CECREDA